30/01/1964
El tema de esta noche, como sabes por el título, está tomado de Job: “De oídas había oído hablar de ti, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Y esa es una promesa para todos los seres del mundo. Hay un evento divino al cual se mueve toda la vasta creación y ese evento debe ser incorporado al cuerpo de Dios. Dios y sólo Dios desempeña todos los papeles. Y va llamando a todos y cada uno a su debido tiempo e incorpora a cada uno, individualmente, no en grupo alguno, a su cuerpo. Y llevas su cuerpo; es tu cuerpo, y tú y él sois uno. Este es el gran plan del mundo. Si el hombre lo cree o no, realmente no importa, porque eventualmente lo experimentará. Entonces, en las Escrituras, ver es saber, la misma palabra en griego. Entonces, cuando lo sé, lo sé sólo porque lo vi.
Ahora nos dirigimos a uno que es Pablo. Pablo tuvo el gran evento en el momento en que nadie era mayor enemigo de la fe que Pablo. Luego tuvo una transformación completa de sí mismo y luego se convirtió en el apóstol más destacado. Un apóstol es aquel que es llamado y enviado. Ser llamado es ser enviado. Todos algún día serán llamados. En ese mismo momento será enviado, enviado a contar la historia, sin importar lo que otros crean, porque con el paso de los años todo tipo de cosas se introducen en la historia y la distorsionan. Ahora, aquí está la historia del llamado de Pablo. Hay esta discrepancia en el Libro de los Hechos, que nos dice primero en el capítulo 9, luego la tenemos en el capítulo 22 y el capítulo 26. En el capítulo 9, se nos dice que sus compañeros que estaban con él oyeron la voz pero no vieron a nadie. Pablo vio; ellos no vieron. En el capítulo 22 del mismo Libro de los Hechos, se nos dice que no oyeron nada, sólo vieron la luz. Luego, en el capítulo 26, se nos dice que una luz más allá del brillo del sol descendió sobre Pablo y sus compañeros; No se dice ni una palabra de lo que se escucha.