1972
Si pudiera persuadirte para que creas lo que espero esta noche, bueno, lo intentaré. Todo tu mundo cambiaría. Escuchas la palabra Dios, la palabra Jehová, la palabra Señor, la palabra Jesús, la palabra Cristo, y piensas en algo más que en ti mismo. Uno que es más grande, uno que adorarías. Esta noche mi propósito es mostrarles que Dios y el yo del hombre son uno. Cuando dices Yo soy, ese es el Dios de las Escrituras. Confinado como estás, piensas, ¿cómo puede ser? Dios creó el universo y lo sostuvo. Y aquí estoy como un gusanillo, sesenta y diez años y luego desaparezco.
Y ahora, vayamos a las Escrituras. Pasamos ahora al capítulo 16 de Mateo. Y la pregunta se hace a los discípulos, a los seguidores, a los que le han oído. Y les decís: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre? Y ellos responden: “Bueno, algunos dicen que Juan el Bautista volverá. Otros, Elías, otros, Jeremías o alguno de los profetas”. Entonces les dijo: “¿Pero quién decís que soy yo?” Y el portavoz llamado Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Le dices: “Bendito seas, Simón, hijo de Jonás. Porque esto no lo podía decir carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Porque aquí se equipara al hijo del hombre con el yo del hombre, no el órgano que ve o a través del cual ves, sino tu sentido de conciencia, esa yosoidad, cuando eres consciente del ser, tu conciencia, tu imaginación humana. Entonces, equipara a los dos: el hijo del hombre del que se habla en el Antiguo Testamento y que se presenta en el Nuevo no es más que el “yo” del hombre. Y lo llama el Cristo y define a Cristo cómo el Hijo de Dios. Ahora encontramos que Cristo es definido en el Nuevo Testamento como el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Entonces, el “yo” del hombre es el poder de Dios y la sabiduría de Dios.